Afinando el corazón 

Por: Verónica Luque

La música es una manifestación artística que nos ha acompañado hace más de doscientos mil años, constantemente cambiando en instrumentos, sonetos e intenciones, pero siempre narrando con una inquebrantable precisión, las manifestaciones de la humanidad y de todo aquello que el alma siente y reclama. 

Las melodías siempre se han ido transformando y resignificando, según la época y el territorio. Pero en este caso específico, me gustaría poder remitir las palabras a Popayán, una ciudad que sigue siendo música, aunque a veces nadie la escuche. 

A Popayán la inundan los ritmos y, particularmente, las composiciones sinfónicas, quienes representan en gran medida el imaginario culto de la ciudad. Si me permito divagar un poco, incluso, Popayán puede ser pensada como una mujer vestida de blanco, que acude en Semana Santa a alguna iglesia barroca, en donde se vuelve cómplice del gran acontecimiento sonoro que representa el “Festival de música religiosa para Popayán”. 

Durante estas fechas, en el Teatro Municipal Guillermo Valencia y en varias iglesias del centro histórico, se puede observar la infinita devoción de las personas que se dirigen a admirar a aquellos músicos que, con talento y pasión, tocan y cantan a Popayán, buscando tal vez, remedar con algún compás, los desfases de su territorio y poner en él alma de los presentes. 

Es casi imposible ver que alguna persona en estos conciertos no disfrute de la música, porque inevitable es no sentir cómo, poco a poco, la piel se va erizando acorde las notas recorren los cuerpos y hacen que se escapen sonrisas, lágrimas y momentos de éxtasis absoluto, como si se estuviese en un bucle que, a pesar de ser cerrado, entrega absoluta libertad. Porque la emoción de los gestos, los rostros y las manos moviéndose en esa elegante danza de violines, clarinetes, fagots, violas y violonchelos hacen que a cualquiera le den ganas de afinar un poquito el corazón. 

Es así como la música sinfónica encontró la manera de narrar historias payanesas, dando voz a los suspiros de las calles adoquinadas, que reflejan la melancolía y esperanza de habitar la capital del Cauca; no solo con eventos sociales, sino como testimonio sonoro de la identidad de una ciudad colonial que busca resignificar su memoria y forjar así un mejor futuro. Si de algo se puede estar seguro, es que Popayán no se viviría por completo si no se acompaña de melodías que hagan una sinfonía perfecta entre lo que se ve y se siente.

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