Vestigios en pandemia
“Dichas experiencias vividas, por muy difíciles que fueron, me ayudaron a madurar, sanar y mejorar aspectos mentales de mi vida que necesitaba para entender que cada día debo amarme, valorarme y mejorar en mí.”
Una mirada había bastado, un vistazo rápido a aquella mujer que desde hacía unos minutos contemplaba a lo lejos. Ahí, de pie, en la fila para entrar al parque de diversiones, la vi. No había hecho falta intercambiar palabras, no había sido necesario acercarme a ella para saber que, desde ese día de 2016, ella era mi primer amor.
Había estado esperando para ingresar al parque, ese lugar de animales mecánicos que se instala en Popayán cada año, donde las personas van a distraerse, compartir, comer algodón de azúcar, manzanas con caramelo y crispetas. Mientras esperábamos para ingresar al lugar, en medio de la fila, la vi. Pasé toda la noche pensando en quién era o como se llamaba, recuerdo que tuve esa sensación de ver una película que me gusta, pero no poder terminarla porque algo ocurre. Sí, esa misma tristeza frustración y emoción recorrió mi cuerpo.
No había vuelto a saber nada de ella, de quién era desde ese día. Pero los 365 días que pasaron, permaneció su imagen conmigo. Quizás por eso, ese día, sentado en la cafetería de mi colegio en la hora de receso, jugando “Uno” con mis amigos, no me fue difícil reconocerla. Sentí que un frío recorría todo mi cuerpo y tenía la mente en blanco. Era ella, la chica que me enamoró a primera vista, la que me hacía tener estas sensaciones, estaba en el mismo colegio y con el mismo uniforme que yo. No podía ser un error así que, por segunda vez, volví a quedar fascinado.
Usaba el uniforme de Educación física, llevaba el cabello recogido, zapatos blancos y tenía su bolso de un lado de su hombro, iba acompañada de otra chica camino a la cafetería. Mis compañeros se fijaron en mí, tenía la boca abierta, no podía parpadear y empezaron a reírse. Colocaron más cartas sobre mi juego, pero me dio igual, mi mente estaba en otro asunto.
Muchos pensamientos de timidez y duda me invadieron para poder conocerla, recuerdo que una noche, justo después de terminar mis tareas del colegio, tomé mi celular, me recosté en la cama y entré a Facebook. Mientras estaba revisando mi perfil, me llegó una notificación de “sugerencias de amistad”. Ahí estaba ella, en primer lugar, y me cuestioné si era otra casualidad, qué pasaría si me rechazaba. Pero, ¿y si no?, ¿Sería el destino?, ¿estaría alucinando? Después de tanta incertidumbre, le envié la solicitud y la aceptó.
En el reloj pasaban los días, hasta que una noche me decidí a hablarle y escribir “Hola ¿cómo estás? y así descubrí que esa frase de: “el que persevera alcanza” era real. Coincidimos más rápido de lo que pensé, era la primera vez que tenía mi corazón latiendo tan rápido cada vez que estaba cerca de ella y como cualquier niño enamorado, sabía que ella quizás se convertiría en un dolor de cabeza muy bonito, pensé en aquel momento.
Un fin de semana llegué a casa, cuando miré mi celular, en redes sociales y en televisión empezó a salir un anuncio de que había un toque de queda por una enfermedad que afectaba el sistema respiratorio y era contagiosa. Desde ahí y durante un año a muchas personas nos marcó las muertes y tantos cambios por la pandemia. Mi pareja me decía que estaba algo distante porque un familiar estaba mal de salud y la familia es primero por supuesto. Entendía por qué se encontraba así y sólo la espere en el único contacto que teníamos en ese instante; las redes sociales.
También me sentía angustiado, a mi madre debían operarla y verla mal me carcomía el alma, a ella no le mostraba angustia o tristeza, el hacerlo la podría preocupar, siempre trataba de que me viera bien y subirle el ánimo. Sin embargo, después de un tiempo empezaron las discusiones, rumores, indiferencia y todo acabó. No sé si debía ser así, pero la pandemia fue el detonante, me entró una ola de emociones: ira, tristeza, decepción, sentí que se me partió el corazón.
Después de la ruptura decidí estar solo y me alejé de mi entorno, estaba estresado con mi proceso de pasantía en la universidad, me iba a graduar de gastronomía y el cambio de estar en virtualidad, vivir la práctica profesional a través de una pantalla era más aburrido y desalentador que la misma pandemia.
Ese miércoles, recostado en mi cama, podía sentir la brisa fresca que entraba por mi ventana, había un clima cálido y el sol y su calor me abrigaban desde adentro. De repente, vibra mi celular y llega una notificación, era la docente que estaba a cargo de asesorar mi opción de grado. Abro WhatsApp, entro al chat y leo el mensaje que decía lo siguiente: “ya no puedes continuar con tu pasantía, debes cambiar a otro lugar e iniciar desde el principio con el conteo de horas” Quede estático del asombro, sentía ganas de llorar, como cuando sientes un nudo en la garganta y sólo pregunté la razón y era porque al sitio de pasantía al parecer le faltaba un permiso.
Me entraron varios sentimientos como un tornado, sentí un gran peso en el pecho de la frustración, se me subió la presión de repente, como si estuviera en una montaña rusa que va en picada para abajo. Quedé en blanco, tantos impactos emocionales que ocurrían en el peor momento, encerrado en mi casa por una emergencia sanitaria mundial, no me permitían pensar con claridad. Mis lagrimas salían sin detenerse y mi mente solo decía: “Fracasé”
Viví muchas crisis depresivas y de ansiedad donde no podía respirar, tenía tembloroso el cuerpo, sentía vértigo, miraba borroso. Trataba de caminar, pero las piernas no me respondían y caía al suelo. Mi madre me vio así y supo que estaba mal, se incorporó, llamó a mi abuela y me sujetó, recuerdo que me latía el corazón a mil, tenía mucho frío, los sonidos eran como susurros. Ella sólo me abrazó en ese instante y llorando me pidió que me tranquilizara, pero no pude y sentí que me dormí.
Pasaron unos minutos y abrí los ojos, lo primero que vi fue a mi madre desesperada, solo mencionó que me había dejado de mover, respirar y no tenía pulso y unos segundos después reaccioné.
Cambié mi opción de grado de pasantía a un proyecto de innovación y cuando llegó el momento de sustentar, recuerdo que preparé toda la mezcla un día antes para hacer varias pruebas y que quedara lo mejor posible y aunque pensé que ya tenía el vaso derramado para caer en frustración, depresión y demás, me informaron el mismo día que la fecha de sustentación había cambiado por unas fallas con los jurados.
En ese momento supe que no podía más, ya no contaba con la base del producto ya que lo había empleado todo, el tratar de mantenerme sereno, el insomnio y el saber que ya no tenía con que sustentar mi proyecto fue lo decisivo para caer en una crisis bastante fuerte de depresión.
Normalmente cuando uno se encuentra triste y melancólico, siente que el mundo está en su contra, siente que es incapaz de pensar correctamente. Bueno, una crisis depresiva compulsiva son esos mismos sentimientos multiplicados por mil, nunca pensé que me llegaría a suceder eso, suelo ser muy carismático, paciente y transparente con lo que pienso, pero en ese momento lo que más quería era suicidarme, y si, así tal cual, era un sentimiento en el que tu cuerpo es todo lo que odias de ti, en el que tu mente es tu peor enemigo, en donde la vida es tu obstáculo y la muerte tu salvación.
Una tarde, mi madre salió y me quede solo en mi habitación con mi mascota escuchando música y de repente escuche un comercial que en ese momento era tan cursi que me activó la crisis depresiva a tan nivel de que aquella noche dejé por escrito varias cartas de despedida, ya no daba para más, mentalmente imagine cómo acabar todo rápidamente con o sin dolor, nada se comparaba a lo que sentía en ese instante.
Y de momento ¿un ángel?, ¿una señal?, escuche que llego alguien a la casa y al escuchar a esta persona mi mente se iluminó, sentí un dolor fuerte pero sanador y unas lágrimas de felicidad, pero también de culpabilidad salían de mis ojos. Era mi madre, quien había llegado con una de mis comidas favoritas, me estaba contando cómo le fue en su día desde lejos, mientras yo ocultaba todo, cada segundo de aquel momento fueron los más difíciles que sentí y supe que realmente necesitaba ayuda.
Decidí contarle a mi madre que necesitaba ayuda urgente, siendo una de las charlas más duras y fuertes que he tenido en mi vida, pero su apoyo me ayudo tanto que ni las palabras me alcanzarían para agradecerle.
Mi madre me agendó una cita personalizada con el psicólogo y con el tratamiento, ayuda y conocimientos de él. Puedo decir que fue la mejor decisión que tomé y la mejor ayuda que pude recibir. No me pude graduar de la otra carrera, pero al menos no me perdí en los sentimientos por mis bloqueos mentales, aunque a partir de esas experiencias juntas, llegué a tal punto de querer suicidarme, pero gracias al apoyo de mi madre y apoyo profesional pude salir de ello y ahora estoy estudiando otra carrera y puedo decir que, aunque es aún más difícil y a veces me estresa, me gusta.
Dichas experiencias vividas, por muy difíciles que fueron, me ayudaron a madurar, sanar y mejorar aspectos mentales de mi vida que necesitaba para entender que cada día debo amarme, valorarme y mejorar en mí. Ahora no sé qué pasará, qué haré mañana o a quien conoceré, pero sé que ya sané mi mente y corazón, que la pandemia me dio una oportunidad para avanzar y superar una crisis.
No me importa cuantos obstáculos me faltan, trataré de no volver a aquel día que quise que todo acabara, me enfrentaré a mí mismo y a mi depresión. Me gustaría que estas palabras sean los pensamientos que se tengan cuando me conozcan y más que eso, quiero recuperar las sonrisas que perdí por cada lágrima que desperdicié.
Por: Daniela Vidal Fernández
Co: Protagonista de la experiencia
Estudiantes del programa de Comunicación Social y Periodismo
@danielavf__