La Cambembera
“Definitivamente sí, es como si hubiese sido ayer que apenas era una niña a la cual le gustaba reunirse con sus amigas del colegio para hacer comitivas en el patio de su casa, nos encantaba vernos para hacer las tareas y luego jugar; era como un cuento de hadas, un mundo totalmente ideal y mágico“.
Mis padres se conocieron en la Costa Caribe, aunque no sé exactamente en cuál de tantos pueblitos de ese lugar. Mi papá andaba por allá en cosas de negocios, pues él era del Cauca, él logró conquistar a mi madre y decidió quedarse en la Costa. Tiempo después se casaron y su amor fue bendecido con hijos. Yo nací en San Pablo, Bolívar, cerca de Puerto Wilches, un municipio del departamento de Santander, que está situado a la orilla del río Magdalena; vivíamos con una parte de mi familia materna, hasta que mi abuelo convenció a mi padre de irnos para el departamento del Cauca, siempre le decía: —Guillermo, vénganse que acá las niñas pueden estudiar y vos podés trabajar y acá forjan su futuro—. Cogimos nuestros chécheres, los organizamos y nos fuimos. Aún recuerdo cuando llegamos por primera vez con mi familia a Mercaderes, un municipio caucano; yo tenía siete años de edad.
No duramos mucho tiempo ahí, pero en lo que estuvimos hicimos buenos amigos en el colegio, quisimos marcharnos hacia Cúcuta, porque en ese tiempo la mayoría de la familia de mi papá estaba en Venezuela y le hicieron la oferta para irse a trabajar allá. Pero nuevamente nuestra estadía no fue muy larga; nos trasladamos hacia Barrancabermeja, pero siempre andábamos viajando por aquí y por allá, parecíamos algo así como una familia de gitanos, no nos establecimos en un lugar claro.
Así regresamos al pueblo que nos vio partir: Mercaderes, y llegamos a la casa de la familia de mi papá, más exactamente a la casa de mi abuela, que aunque ella no era la madre biológica, lo crió y lo quiso como su propio hijo. La familia de mi padre tenía cierta idiosincrasia, que para nosotros era desconocida. Se trataba de una formación más ‘beata’ o más fervorosa, sus costumbres eran muy tradicionalistas y conservadoras, por eso hubo un choque de culturas al momento de la convivencia y se desataron los problemas.
En fin, en la casa de la familia de mi papá había una señora a la que yo apreciaba mucho, su nombre era ‘Angela’, pero de cariño le decíamos ‘tía Angelita’. Ella se encargaba de hacer todas las comidas en la casa, preparaba la comida para navidad, el dulce de semana santa y entre otros platillos de épocas especiales para toda la familia. Yo desde pequeña fui amante de la cocina. Mi tía Angelita nos mandaba a buscar la hoja de mosquerillo para lavar los platos, ya que es una planta que al estrujarla saca espuma y al mismo tiempo huele rico. Mi mamá también me enseñó a hacer un montón de cosas, me mostró el punto exacto donde debe quedar la mezcla para hacer las cocadas, los bocadillos de plátano ‘rucio’ o ‘mafufo’, que le decimos acá, bocadillos de guayaba, las panelitas de leche, todo esto con el fin de salir a vender al pueblo.
Con el tiempo mi papá consiguió una casa para irnos, la casa tenía un patio, donde viví los mejores momentos de mi vida. Mis amigas y yo nos reuníamos para hacer comitivas, me acuerdo tanto que colocábamos la ollita encima de tres piedras, ese era nuestro propio fogón y allá le metíamos de todo para que prendiera, al final nos terminaba quedando todo ese ‘sambumbe’ crudo, pero no nos importaba, para nosotras eso estaba delicioso, pues era hecho por nuestras propia manos.
En el barrio había una vecina, siempre la recuerdo a ella, una señora muy amable muy humilde. Un día ella hizo una fiesta en su casa y dijo que ellos ahí hacían el pound cake, entonces me fui a meter a esa cocina y era eche ojo a todo, mirando cómo se batía la masa, cuántos huevos se le echaba, cuánta azúcar, cuánto de agua. Mejor dicho, ahí aprendí a hacer el pound cake y como a los 15 días era el día de las madres y fue ahí donde le hice el primer pound cake a mi mamá, la señora Miriam Elisabeth Villacob, yo mezclé todos los ingredientes y los batí y llevé la mezcla donde unas amigas de mi papá que tenían horno, ellas hacían pan en horno de leña y fui donde doña Dora Moreno a que me hicieran el favor de meterlo ahí; tenía 10 años cuando hice mi primer pound cake.
Ya después pasó el tiempo, me gradué, me enamoré y tuve mis hijos. Yo estudié gastronomía en el Sena, pero me fui más por la cocina tradicional porque me di cuenta que es la base de nosotros, de nuestro país, y lo que queremos es que eso se valore, que si usted va a degustar algo le dé su valor, que valoramos lo de nosotros, que es natural, que no es guardado, que es preparado en el momento. Todo iba bien en mi vida, las cosas en mi familia estaban saliendo bien y cuando menos lo esperamos de la nada tuvimos una crisis muy grande donde casi perdemos todo, fuimos víctimas de robo, y una cantidad de cosas que nos pasaron, porque cuando a uno le va a pasar algo le pasa de todo, nos empezaron a llegar amenazas, tuvimos unos anónimos, y no eran en cuestión de extorsión, sino por temas de política, fueron cosas muy fuertes las que pasamos con mi familia.
Decidimos irnos para Cartagena, allá vivía una parte de la familia de mi mamá, y en cuanto llegamos fue como volver a empezar, montamos un restaurante al frente de la Universidad Tecnológica, nos iba muy bien, muchos extranjeros, había mucha visita, y le gustaba mucho nuestra comida porque en la Costa lo que más manejan es el marisco y yo hacía algo diferente, entonces mi comida gustó muchísimo. Pero los problemas volvieron, mi hijo se empezó a atrasar en la universidad, todo se volvió a embolatar y mi esposo decidió salir de allá; nos fuimos para Cali, pero allá no pasó mucho. Con todo lo que me había pasado, estaba en una angustia, habíamos llegado a un fondo tan grande, nos preguntábamos ¿por qué? a nosotros que habíamos sido muy colaborativos, no sé, Dios tenía otro destino para mí y mi familia.
Después de estar en Cali volví al Cauca, esta vez a Popayán, una amiga me dijo: —mirá, no te vas a ir para allá a Mercaderes, busquemos aquí—, y yo de verdad quería iniciar una nueva vida en otra parte sin que nadie me conociera, me sentía muy defraudada, y cuando uno se queda solo son muy poquitos los que están, inclusive hasta la familia se aísla, nunca tuve personas cercanas a mí me que dijeran,—mija, amiga, hermana o prima, vos sos una verraca, no te preocupés que vas a salir adelante—. Esas son cosas que otras personas pueden tomar normal, pero en realidad a uno lo llenan de ganas de seguir luchando, aunque lo escuché de otras personas que Dios me fue poniendo, y así hemos venido rescatando y construyendo una vida.
El alcalde de esa época empezó con un proyecto llamado Fundación de colonias, me vinieron a proponer que sacara platos de Mercaderes y a la gente le gustó muchísimo. Luego se hizo un convenio con la Corporación gastronómica para que quedaran las cocinas tradicionales, fue ahí donde salimos a mostrar nuestra comida y hemos ganado primer puesto, nos han reconocido mucho a nivel periodístico y hemos querido resaltar y sacar esto adelante. El Cauca tiene muchas cosas, la diversidad en producción de alimentos, en fauna y flora, pero no le hemos dado el valor necesario.
Yo como portadora de tradición estoy en la lucha de que se valoren nuestras costumbres, nuestras raíces y nuestra esencia, que todo eso no se pierda, porque la identidad de un pueblo está en su cultura y su raíz, no copiar lo que viene de afuera y si copiamos que copiemos con lo nuestro. Mi alegría es verle la cara de felicidad a mis clientes cuando prueban algo que yo he preparado, definitivamente no hay nada que me llene más.
Por: Karent Virgginia Alegría Venté
Soy una mujer orgullosamente negra, soy de un municipio de la costa pacífica Cauca, Timbiquí, un pueblito mayormente habitado por personas negras. En ese lugar fue donde viví la mejor infancia de mi vida. Actualmente tengo 21 años, y estoy terminando mi carrera de comunicación social y periodismo en la Corporación Universitaria Comfacauca – Unicomfacauca, allí descubrí que me gustaba escribir cuando nos tocó realizar un relato autobiográfico y que no lo hice nada mal, luego nos tocó hacer el relato biográfico de alguien más y fue cuando escribí “La Cambembera”. Me gusta mucho divertirme, en eso creo que le hago honor a mi apellido, me encanta viajar y conocer nuevos lugares, pero lo que más me gusta es cuando viajo a mi pueblo, cuando piso mis raíces, cuando me saluda la gente, esa gente llena de carisma y amabilidad rebosante, es ahí cuando entiendo que no hay nada como el hogar, como ese calor abrazador de la gente. Aprendí a hacer trenzas la herencia de nuestros ancestros y eso hago de vez en cuando.