Vendiendo maicito, contando una historia

Mi nombre es Irene Piso, soy una mujer cabeza de familia, y aunque mi vida no ha sido fácil, doy gracias a Dios por los hijos que tengo. Espéreme le cuento mejor un poquito de mi vida.”

Hace varios años ya, al igual que miles de familias en nuestro país, la violencia me arrancó todo lo que tenía; luego de varios años de hostigamientos, extorsiones, amenazas y un sinfín de abusos, la guerrilla nos dio 24 horas para abandonar nuestra casita en mi lugar de origen, en el Huila. En plena noche dejamos nuestra casa, nuestros animales y todo lo que hasta ese momento conocíamos como hogar; sin más que lo que teníamos a la mano, huimos de ahí, pero, ¡ay mija, eso es muy duro!, esa noche estaba más negra de lo normal y nada que salía el sol. Queríamos evitar que la guerrilla matara a mi papá. Así fue como llegamos a Popayán, donde, sin lujos y escasamente con lo que teníamos, iniciamos una nueva vida.

Irene Piso, junto a su tienda móvil en la Plazoleta de San Francisco de Popayán

Aquí todo era nuevo para mí, era diferente, más grande, más peligroso, más difícil de vivir. Uno joven no piensa bien, por eso cuando conocí a “Ramiro” pensé que las cosas se pondrían mejor, aunque nunca fue de esos hombres que salen en las novelas, yo lo quería mucho, y al poco tiempo de conocernos quedé embarazada. Al nacer mi hija la situación económica era más dura, no ve que era una boca más que alimentar… pero al menos mi marido estaba ahí. Al segundo hijo las cosas cambiaron, él empezó a perderse un día, luego varios, hasta que un día vino por sus cosas y ya nunca volvió, ahora sé que anda por ahí con otra familia. ¡Pero arriba hay un Dios que todo lo ve!

Fue una gran decepción para mí, pero aún tenía a mi mamá, y a mis hermanos que siempre fueron mi apoyo, el aliciente para seguir y luchar por lo más importante: mis niños. 

Así seguí con mis dos hijos y enfrentándome sola a todo esto que tiene la vida, me propuse a sacarlos adelante y sin importar qué tan difícil fuera, darles estudio, comida y vivienda. Empecé a trabajar en un restaurante donde corriendo debía sacar un espaciecito para recogerlos, llevarlos y procurar que entre ellos se cuidaran cuando yo no estuviera cerca.

Ya me estaba acostumbrando a que la vida fuese dura, pero como que mi Dios dijo, “espere y verá que usted aguanta más”. Fue ya hace 7 años: un borracho iba manejando moto, por Tulcán, cuando mi mamá salía a buscar su sustento diario; en esas el borracho la arroyó de tal manera que la desnucó, justo a los 3 meses de haber perdido a mi hermano en una pelea donde fue asesinado.

Esto me destrozó completamente, yo ya no quería vivir, me sentía sola, sin esperanzas, la depresión me mataba y solo quería que esto acabara pronto. Mis hijos fueron mi mayor soporte, mi pilar, mi mejor motivación para levantarme de esa cama donde la depresión me tenía completamente; sabía que ellos me necesitaban y por eso seguí adelante.

Hace dos años ya, fueron ellos quienes con mucho esfuerzo me compraron este carrito donde ahora me ves, vendiendo maicito para mis hijas las palomas, y las obleas que con tanto amor y entre sonrisas doy a todo aquel que venga a esta plazoleta, donde día a día sin falta llego a ganarme la vida. ¿Se le ofrece un dulcecito mientras espera?

Por: Katerin Ceron

Estudiante del Programa Comunicación Social y Periodismo de Unicomfacauca. Soy redactora, artista y creadora de contenido audiovisual.

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